DON BANCO

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Y todo lo que les contaré es ficción —ese imaginario que da tumbos en mi mente —, pero es una buena historia.

Imaginemos: tengo una cuenta en Don Banco, prestigioso, gigante, sucursal frente a la plaza y yo además en mis 80s. (En esa cuenta manejo mucho saldo, mis rentas, ustedes saben, ser columnista de diario, y otros emolumentos.)

Pongámosle limón al relato: se comienzan a hacer compras con mi tarjeta en Viña, Valpo, Parque Arauco, tiendas jays y en otras ciudades.

En esta historia imaginaria digamos que fui en marzo a reclamar y justo ahí terminó casi todo, me cambian las claves, me giran a los días un millón de un depósito a plazo, vuelvo a reclamar, como viejito ni tengo clave secreta de internet, que tengo que llamar a ese fono rojito de allá atrás, y finalmente me dan un correo a los tres días, mando todos los giros sospechosos, cajeros a las doce la noche de Santiago, me dicen en una cartita decorosa que sólo me devuelven un par de millones, pero que con el resto no me devolverán nada, porque pasaron 120 días que dice la nueva ley, con un mensaje en resumen así: que si me clonaron el plástico mala cuevita, o poco en menos. Quizás su función no era como especialistas cuidar mi dinero, y prescribe su obligación 120 días de acontecido. (Se imaginan que esto me pasara en mi vejez, y todos se hacen los desentendidos aunque hasta les incluyo una boleta de un servicio dental con mi tarjeta en San Felipe y una empresa depiladora y de reducción de grasas con el nombre de un joven de un cuarto de mi edad, del mismo Don Banco.)

Manso notición al ir a la prensa, a la radio de noticias de aquí, “el viejo que le robaron todo”, mandarle mi historia Moschiatti, también —para hacer un escándalo mundial— porque nadie responde por mis ahorros ya que además qué importa, si soy un millonario escritor (o lo era).

Don Banco me birló mis ahorros pero —»por la pandemia»— no importó, además soy viejo, seguro me moriré pronto, y sanseacabó.

El otro día fui al mismo mesón, como para darme un gustito, me saqué la mascarilla y sonreí; recién ahí se dieron cuenta que no tenía dientes.

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No pierdo la esperanza, sólo hay tres agentes frente a la plaza y uno sabe que la historia puede ser cierta. Capaz que me llame, tendré mi celular encendido, por si las moscas.

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