Gabriela Mistral sobre la casa de Los Andes donde vivió seis años en Coquimbito: «Si alguna vez tuviera dinero y pudiera comprar este rincón…, terminaría aquí mis días…»

Gabriela Mistral sobre la casa de Los Andes donde vivió seis años en Coquimbito: «Si alguna vez tuviera dinero y pudiera comprar este rincón…, terminaría aquí mis días…»

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La casa del Barrio Coquimbito donde la señorita Lucila Godoy Alcayaga nació como Gabriela Mistral

Recuerdos de la andina Laura Rodig, amiga íntima y fraternal de la insigne poetisa en relato de 1945.

Recientemente el Concejo Municipal de Los Andes dio su aprobación al acuerdo para la compra de la casa del Barrio Coquimbito donde entre 1912 y 1918 vivió la señorita Lucila Godoy Alcayaga, quien allí con «Los Sonetos de la muerte» que ganó en los Juegos Florales naciera como Gabriela Mistral.

«Si alguna vez tuviera dinero y pudiera comprar este rincón…, terminaría aquí mis días..»

Esto fue lo que la andina Laura Rodig, amiga íntima y fraternal de la insigne poetisa contara en carta que en 1945 escribiera a Mario Vergara, director en ese entonces de la Revista Zig-Zag.

Laura recuerda que estuvo 7 años cerca de Gabriela Mistral «en tantas circunstancias, climas, latitudes…»

Rodig, nacida en Los Andes en 1896, aunque otras investigaciones señalan el año 1901, falleció el 29 de octubre de 1972 en Santiago, fue una destacada pintora, escultora y decoradora, convirtiéndose en en una artista íntegra, que no solo lograba captar la belleza sino que ponía su fe y su fervor en hacer más bella la vida. Y nadie mejor entonces que ella para hablar, referirse y recordar a la poetisa, especialmente durante sus comienzos de producción literaria cuando vivía en Coquimbito en la casa de dos pisos donde podía admirar el río Aconcagua, la Cordillera de los Andes y la circulación de los trenes de carga y pasajeros del Ferrocarril Transandino, entre otras bellezas de ese panorama al oriente de la ciudad.

LA CARTA DE RODIG

«Gabriela nació en Vicuña, pero mi pueblo, Los Andes, la comparte. El inmenso anfiteatro de sus montañas era como una justa decoración a su estampa. Allí vivió madurando sus recuerdos y haciendo su propia elaboración.

En Los Andes hizo sus poemas escolares, tendió los hilos de su correspondencia hasta los lugares más apartados del mundo. Conoció al gran protector de su vida, a don Pedro Aguirre Cerda, y a su compañera, doña Juanita Aguirre.

En Los Andes escribió los poemas que, seguramente, la han llevado al acontecimiento que el mundo ha escrito, y que por este hecho ahora sea como las aguas de un río inmenso, sin esclusa, ya abriéndose en deltas por toda la tierra yerma.

Creo que el Ministerio de Educación propiciara la compra y destino de la casa de Coquimbito, y creo que, en todo caso, mi pueblo puede hacerlo.

Oí un día decir a Gabriela en medio de la enforia de esas imponderables tardes de producción: «Si alguna vez tuviera dinero y pudiera comprar este rincón…, terminaría aquí mis días…»

Ese asunto me apasionó muchas veces en vano. Ahora todo se facilita. Me dolía ver ese lugar transformado en un negocio.

Creo que debiera ser un museo vivo por donde pasaran constantemente las escuelas, y una especie de posada para el espíritu del caminante, ya que está allí en el linde de una carretera internacional. Saldríamos, como quien dice, con nuestra estrella en la frente al encuentro de todo el que llega a nuestra tierra.

Se habla también de una estatua. Pienso que debieramos modelarla con arcilla de todas las que contiene Chile, y ser limpiada, cernida, amasada por los niños de hoy y una vez vaciada a los nobles metales del fuego o en las piedras que en nuestra cordillera contienen su forma, esta misma arcilla sería base, sustento de esa estatua en donde los niños de hoy y de siempre completaran la concepción de un sueño que se sube a las manos».

Fotografía de Gabriela Mistral cuando triunfó en los Juegos Florales,
con sus «Sonetos de la Muerte», en 1914.

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