Ganadores del Concurso «Palabras a Los Andes»

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SEGUNDO LUGAR

Yo, Miguel Angel

Nuevamente está aquí, en la esquina de Membrillar con Chacabuco ¿Tengo monedas? Sí, ahí veo dos al alcance de mi mano. Pero hace frío, no quiero abrir la ventanilla ¿Qué hago? El semáforo está en verde, aunque no alcanzaré a pasar. Adelante había tres autos y ninguno cooperó; no obstante, ellos tuvieron más suerte que yo, la luz les permitió continuar sin remordimientos. Espero… No quiero mirar para el lado… Hum, pareciera que me está hablando. Me encojo, apretando con fuerza el volante… Y recuerdo…

Se pintan letreros, se leía en una de las puertas de Avenida Independencia. Cada día, de lunes a sábado, no podía evitar leer ese mensaje: Se pintan letreros. Mientras llegaba a mi destino pensaba en los colores e imaginaba el tipo de letra con el que serían llenados. Posteriormente conocí a quien los creaba. El recorría con rapidez las calles andinas, saludaba y conversaba con mucha gente. Por lo general vestía una cotona en la que siempre había huellas de su trabajo y trasladaba materiales que parecían demasiado pesados para su contextura física.

-¡Ey, Míchel! –le gritaban algunos desde sus vehículos y él se volvía para ver de quien se trataba. Levantaba la mano y continuaba, tarro de pintura en mano en ocasiones; listones de madera, en otras. Iba, seguramente, buscando una nueva obra que coloreara el centro andino y diera información a los transeúntes. De eso se trataba.

Pasó el tiempo y dejé de verlo…O tal vez olvidé que alguna vez lo vi. Hasta que un día me lo encontré. Lo divisé a lo lejos. Se notaba algo más delgado y, quizás, hasta un poco más bajo de lo que lo recordaba. Sus pasos, ahora más pausados, avanzaban ayudados por un sonoro bastón que le abrían camino. Al acercárseme, a pesar del cambio, lo reconocí. Dudé en hablarle,es difícil saber que decir en estos casos, pero sin querer me encontré saludándolo…

-Hola ¿Cómo está?-fue lo primero que se me ocurrió – Perdón que le pregunte- continué e hice una pausa para tomar aire. Agradecí que no pudiera percatarse de mi rubor ¿Para qué me habré detenido?, pensé y bajé la cabeza esperando encontrar las palabras adecuadas.

-No me diga nada… –me interrumpió con absoluta falta de autocompasión. Se había percatado de mi incomodidad – No es usted la primera persona que me lo pregunta. Sí, yo soy el mismísimo Miguel Angel , aquel que se ganaba la vida con los colores y que hoy no puede verlos. Pero eso no quiere decir que no los recuerde. Cuando estoy triste salgo a caminar y pienso en ellos. Perdí mis ojos, más no mis ganas de continuar. Aún sigo soñando como cualquier otro ser humano; sólo que no espero más milagros, el mío fue sobrevivir…

Tomo el par de monedas y las dejo con rapidez en el balde plástico. El tintineo con las otras me hizo sentir mejor y suspiré mientras aceleraba.

RAFAELLA MORAN

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