Recuerdos de Gabriela Mistral en Los Andes

Recuerdos de Gabriela Mistral en Los Andes

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La fascinación de la Navidad llama Gabriela Mistral al devoto acontecimiento de la Nochebuena. Y recibe, con ánimo contento, ésta más que toda otra fiesta de Cristo. Noche de Gracia para explicarse la belleza divina del «Desnudito», según su menuda expresión bautismal hacia el personaje del Pesebre.

El tema de la Navidad fue siempre para Gabriela Mistral su contar, ya en prosa, ya en verso, lo suyo muy propio del buen suceso de Belén. Recuerda, por ejemplo, aquellas navidades andinas, en sus varios años de vivir y permanecer en el paisaje de la ciudad de Los Andes; «Noche tan cálida es allá la de diciembre que los niños no entienden el frío de Jesucristo en Belén y es justo que no lo entiendan. Noche, además, tan asistida de frutos en cualquier mesa, aun la pobre, que tampoco entenderán si se les contase que la estación del nacimiento fue de la tierra empobrecida». Es allí la madrura época de los duraznos, de las peritas de San José y de los damascos capitosos.

Por aquellos años (1913-1918), de su permanencia en Los Andes, andaba en sus búsquedas y aventuras espirituales. Es su etapa teológica o un deslumbrarse por extrañas doctrinas. Con sus propias palabras, Gabriela Mistral (que aún no publicaba Desolación) lo confiesa: «No me acuerdo de mí misma en estas Nochebuenas andinas; ignoro si yo tenía oración verdaderamente cristiana para el pesebre en esos años en que, echada contra un árbol, yo era un tronco alentador no más, y en la cordillera partida como un gran toro de sacrificio, una especie de agua despeñada que no se mira a sí misma. Pagana, y bien pagana que se había metido por la fuerza en el zapato de fierro de un budismo con el que al fin no pude más. Eso parece que haya sido yo por aquellos años».

«Si en Los Andes tenía noches limpias de cielo y en Magallanes noches limpias de luz, en las noches navideñas europeas el hielo «me impide salir a la intemperie del Niño, de la Virgen y del viejo José, al aire desnudo en el cual el resuello del buey se ve como un embudo de vapor y se oye el hocico del asno restregarse contento en la paja que de cosa de comer se le ha vuelto cosa de adorar».

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